Déjalo, me digo, es completamente imposible escribir algo
sobre tus amigas que no sea cursi ni se parezca a esos interminables powerpoints de sucesivos paisajes
dorados sobre los que van apareciendo en tipografía arcaizante frases
almibaradas acerca de los poderes mágicos de la amistad femenina. Misión imposible decir sin cursilería lo que
ellas son y significan; lo que admiras en ellas y para lo que sirven; lo mucho
que te gusta la película de tu vida cuando aparecen a tu lado, a veces vestidas
de colegio, o embarazadas, o con traje de novia, o de luto (al fondo de la foto
están el final de la calle Velázquez, la sombra de un alcornoque, Gibraltar, el
Taj Majal, el Camino de Santiago, Knightsbridge, Benavente, Oyambre, un hospital,
un despacho en el Viso, una tienda, una playa, un vaso de vodka helado).
Misión imposible contar sin tópicos lo orgullosa que te
sientes de estar cerca de ellas mientras avanzan por los años; de verlas
enfermar con valentía, esforzarse con elegancia, fracasar con humor, emprender
con éxito; de verlas discutir, sufrir, caer
y levantarse, envejecer, enamorarse y desenamorarse, errar, acertar, aprender, cotillear,
callar, ser buenas y malas y regulares y al final siempre buenas para ti,
porque para eso son ellas, y han obtenido a tus ojos ese grado arbitrario y
ciego que es la amistad, con la que te premian también a pesar de todo, con la
que te regalan toneladas de aire puro, toneladas de salud mental. Imposible
escribir nada sobre ellas que no sea terriblemente cursi. Necesitarías saber
hablar de la generosidad sin sonar a monja, de la alegría sin parecer infantil,
del consuelo de la escucha sin resultar banal, del poder curativo de la
frivolidad sin hacerte un lío al explicarlo.
En fin. El caso es que a lo tonto a lo tonto has ido rellenando
líneas y al final va a resultar que no es tan difícil decir qué orgullosa y
agradecida te sientes de contar con tus
amigas. Por lo pronto has conseguido terminar unos cuantos párrafos. Eso sí,
cursi te ha salido un rato.