Vale, de acuerdo: Soy una pesada; más vale empezar por escuchar
entre líneas al lector: pesada lo serás
tú, piensa. Bien, seré empática; asumo mi parte y sigo.
No miro a nadie en particular, pero pienso en la gente que me cruzo por la calle, dando voces por el teléfono, con gesto refitolero, o los que se sientan a mi lado en el metro, y se cuentan mutuamente lo que le dijeron a su cuñada, o lo que dignamente callaron para no discutir cuando su marido les increpó esto o lo otro. Unos pesados. Como diría Ana María, gente muy en sus puntos (tranquilo, si no sabes quién es Ana María puedes seguir leyendo, sin por ello ser más pesado que la media). La gente ahora les llama opinionated, o sea, se diría que afectados de un exceso de opinión, aunque, según el traductor de Google, el palabro significa dogmático.
No miro a nadie en particular, pero pienso en la gente que me cruzo por la calle, dando voces por el teléfono, con gesto refitolero, o los que se sientan a mi lado en el metro, y se cuentan mutuamente lo que le dijeron a su cuñada, o lo que dignamente callaron para no discutir cuando su marido les increpó esto o lo otro. Unos pesados. Como diría Ana María, gente muy en sus puntos (tranquilo, si no sabes quién es Ana María puedes seguir leyendo, sin por ello ser más pesado que la media). La gente ahora les llama opinionated, o sea, se diría que afectados de un exceso de opinión, aunque, según el traductor de Google, el palabro significa dogmático.
Los dogmáticos son una variedad
de los pesados, un subgrupo muy intenso que se niega a salir de su caja, se infiltra en los saraos y te da
la brasa; supongo que los habréis identificado con frecuencia, pero el problema
del cual (yo, muy pesada) estoy empeñada en hablar es otro. La cuestión es esa
epidemia de gestos puntillosos ante alternativas irrelevantes, de momentos
tiquismiquis en situaciones que piden ligereza , de preferencias clarísimas
ante dos opciones, a cual más tonta; esta invasión de palabrería superflua, de
empeño inútil; este ansia de precisar, de concretar, de dejar claro que
queremos esto y no aquello, este afán de tomar el café largo en taza mediana con
leche templada; este empeño en pasar la realidad por el filtro de nuestras
manías antes de mirarla, y de narrar lo
que vemos en ella en tiempo real, sin omitir detalle alguno. Les oyes (nos oyes),
agarrados al móvil, ordenando numéricamente los argumentos: primero, tal y cual;
segundo, esto y lo otro, y por fin, dicho lo cual: aquello de más allá. A quién
le importa. A quién coño le importa. Lo que diga este, lo que diga yo, lo que
digamos cada uno en esas frenéticas conversaciones en las cuales se diría que
nos va la vida, cuando en realidad no nos jugamos nada. Nada de nada. El
terreno de juego está en otro lado. Pero eso es otra cuestión, y no quiero ser
pesada.