Querida Aldara:
Has crecido un poco
desde que te hicieron esta foto, pero hoy me inspira el mismo cariño enorme que
cuando la vi por primera vez, me sigue haciendo
sonreír y me produce muchas ganas de hablar contigo. Vas vestida de reina,
o de princesa al menos, con un traje de
brillos goyescos que te queda un poco grande, y estás tocada con una gran
tiara. En la mano llevas algo que no sé si tomar por varita mágica o cetro.
Diría que es más bien lo segundo, porque tu atuendo no es de hada, así que
supongo que lo que sujetas no es una herramienta de hacer milagros, sino una
vara de mando. Estás vestida para armar a un caballero, para bailar, para enamorar
a un príncipe, para volar sobre un cisne o para pincharte con un huso. Todo en ti
es rosa y plata: traje, cetro y tiara. Las mangas abullonadas, la falda hasta
los pies, el prudente escote y la profusión de encajes nos indican que tu reino
no es de este tiempo, sino de los tiempos eternos de la fantasía.
Pero lo que me interesa es tu gesto.
Alguien te ha dicho que te pongas ahí para la foto, y tú lo has hecho,
agarrando tu cetro sin convicción, dispuesta a transportarlo protocolariamente
de un lado a otro como un maletín vacío. No nos lo muestras triunfante; no parece
interesarte que nos demos cuenta del poder con el que estás investida. Más bien
parece que no crees en él. Que no crees
que seas nada parecido a una princesa. Todo tu gesto es de incredulidad. La
boca fruncida hacia un lado, en un principio de sonrisa que no acaba de
cuajar; la mano en la nuca, como
ayudando a tu mente a darle una última vuelta al porqué de este disfraz; la
mirada concentrada en un punto indeterminado de la alfombra, abstraída del
alboroto que seguro se está produciendo a tu alrededor: ¡Aldara, mira aquí,
ríete, ríete, que estás muy guapa de princesa! Pero tú vas a lo tuyo, y tu
estado de ánimo no es el de una reina que está siendo retratada. No es el tuyo
un humor monárquico, sino escéptico. Llevas el cetro como una bolsa del
supermercado, y nada en ti es regio ni principesco, por muy grande que sea tu
tiara. Vais listos si pensáis que me la vais a dar con queso, pareces decirte,
pero te dejas llevar, y posas distraídamente, mientras piensas en otra
cosa. ¿En qué pensarás? Y dentro de
muchos, muchos años, ¿en qué pensarás?
Ojalá, cuando seas una mujer, sepas
mantener los pies en la tierra cuando la realidad te pida que la mires y la
vivas. Y ojalá seas también capaz de dejarte abrazar por la fantasía; ojalá te
permitas soñar, y creerte una reina, y serlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario